LA TRADUCTORA BILINGÜE
Describir un paisaje no es
vivirlo. Escribir sobre la luz que irradia desde un tejado cuya única urdimbre
es una cota de malla repleta de minúsculos agujeros, es jugar con las palabras
que horadan la realidad como el taladro del albañil saquea la piedra y la
vence.
A Ción le era difícil
hablar. Ser bilingüe es un regalo de la vida, le había dicho su abuela en algún
momento. Durante años había tenido que traducir cada palabra, rehacer las
estructuras tan aparentemente fijas de su lengua, lo que le había restado
naturalidad y creado dificultades para entablar conversación con los demás.
Dominar varios idiomas, acceder a otras con la facilidad con la que
cualquiera podía enhebrar una aguja, habían sido un orgullo y al mismo tiempo,
un lastre. Pero ya no era la niña australiana, hija de españoles, que soñaba
con vivir algún día en el país de su padre. Ahora era una mujer dispuesta a
hablar y con un curriculum en la carpeta. Lo que había sido un problema, de
pronto se había vuelto una ventaja.
La costumbre de la
traducción, que le había impedido ser espontánea y condenado al silencio
voluntario, se convirtió de pronto en la única oportunidad de cambio.
La academia Estoa se situaba
en pleno centro de la ciudad, en una calle concurrida de bancos y de comercios.
Su fachada, una puerta con una placa de metacrilato amarillento como único
reclamo para un centro de estudios que ofrecía clases particulares de todas las
asignaturas, para todos los niveles, en todos los meses del año.
Una vez franqueada la
entrada, el patio de luces invitaba a la experiencia de la perplejidad. Del
antiguo abolengo del inmueble sólo quedaban los baldones de la pobreza. El
suelo sobre el que iba pisando mostraba
dibujos geométricos dispuestos en cuadros resquebrajados y ennegrecidos, ocre,
negro y blanco roto, junto al verde seco de la altísima palmera que se
levantaba en medio del patio.
Había comenzado a subir los
escalones casi de puntillas y con una mano se aferraba a la barandilla mientras
que con la otra se sujetaba el bolso que le colgaba del hombro. Deshazte de lo innecesario, murmuraba para
sí.
Antes de llegar al último
escalón, Ción Reina se había soltado la melena, guardado los pendientes en el
bolsillo de la chaqueta y pasado la lengua por última vez (se prometió) por los labios.
La luz se
había hecho más intensa, el suelo dejó de tener dibujos y se tornó grisáceo,
como las paredes del pequeño despacho del que procedían las voces que la habían
guiado hasta allí. La visión de un hombre
que le recordaba a un buey y su invisible olor a violencia contenida se
mezclaban ahora con el no color de las paredes y del escaso mobiliario de
la habitación.
Entonces se le disparó. El
corazón le había comenzado a latir con
fuerza durante los tres o cuatro segundos que mediaron entre su intención de
dar los buenos días y el buenos días que finalmente profirió. Los dos
individuos que se hallaban dentro del cuchitril la miraron sin interés pero
contestaron al saludo.
___Quisiera hablar con el director del centro, si es posible.
___No está ___dijo el menos robusto de los dos hombres. ___¿Para qué lo quieres?
___Para entregarle un currículum.
___¿Y tiene que ser personalmente? Lo puedes dejar aquí.
___Prefiero dárselo en mano. ¿Sabe cuándo va a volver? ¿Tardará mucho?
___No tengo ni idea. A lo mejor, ni viene en todo el día.
Ción dejó el porta
documento de plástico transparente sobre la mesa, volvió a mojarse los labios,
esta vez para decir adiós, pero el hombre buey y el presunto secretario que la
había atendido se hallaban ya inmersos en un nuevo diálogo que ella prefirió no
interrumpir.
Cruzó el pasillo de luz
hacia las escaleras sin decir ni una palabra y comenzó a bajarlas con el mismo
sigilo con el que subió. Cuando llegó abajó, reparó en algo que no había estado
antes. Un perro negro, atado a la palmera con una cadena, la observaba en
silencio.
4 comentarios:
Me ha encantado
Muchas gracias.
Me encanta que te hayas decidido a compartir estos relatos. Me gusta leerte, así que sigue compartiéndolos. Más y así de buenos.
Muchas gracias. Seguiré tu consejo. Imparable.
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