martes, 30 de julio de 2019

Final de trayecto


     La única suerte de Berta López fue ser la hermana de un genio. Eso pensaba  cada mañana al despertarse, antes de poner un pie en el suelo, de calzarse las zapatillas, de sentarse en la taza del váter. Durante años creyó que su hermano debió de ser la respuesta a la plegaria de su madre, y ella, la primogénita, nacida al margen de todo pacto con dios, la semilla que el  azar  alojó en su vientre. 
  La mujer de la maleta roja recuerda con todo detalle la  habitación  en penumbra. Amanecía y una luz tintada dominaba el cuarto del Samuel. Entonces el pequeño y blanco envoltorio rompía a llorar y el silencio estallaba en pisadas y en susurros que procedían del otro lado de la pared. La escena siguiente es una variación de la primera aunque los ruidos se suceden a un ritmo más armonioso. 
     Su madre abraza a la criatura y baila con ella mientras entona una canción de cuna. El llanto del niño forma parte de los arpegios y semicorcheas que emborronan las paredes de la casa. El bebé llora con nervio, en cada lugar en que se encuentra deja algo de sí, un olor, un gemido, una risa bañada en leche.
     El amor es un dolor en el centro del pecho, un presentimiento de que todo lo que es real se desintegrará sin remedio. Sus piernas, su pelo, los dedos de sus manos cada vez más pequeñas, invisibles, parecen no pertenecer a su cuerpo. Ella ya no es nadie. Todos miran  algo envuelto en trapos, de boca abierta y de ojos como arañazos. 
     Comenzó a odiar a esa criatura roja y peluda desde el mismo momento en que empezó a abultar en el vientre de su madre. Las ausencias de ella y la escasa atención que empezó a prestar a lo que había a su alrededor, fueron la señal de que el cielo nunca volvería a ser  azul y de que todo lo que había que tomar del mundo estaría siempre cubierto de escarcha y de ausencia. 
     Berta aprendió a convivir con la rabia de no ser ella sola el punto al que convergía la única mirada que deseaba atrapar, el único aliento que su pequeña nariz deseaba aspirar, la mano de la que no soltarse nunca, los dedos pequeños y huesudos de su madre.      
     No le importaba llegar a tiempo. Podría viajar a cualquier parte  y el cristal roto de la ventanilla del tren la acompañaría fragmentado en miles de diminutos trozos de vidrio. El invierno estaba por llegar pero una gota de sudor se deslizaba por su espalda hasta quedar aplastada en la frontera elástica de las bragas de algodón  y de las medias negras de licra. 
     Se levantó y se estiró la falda de tubo ante la mirada disimulada de dos hombres que, sentados frente ella, observaban su  reflejo en los cristales sucios y esmirriados de la ventanilla del tren. Salió del vagón buscando el baño que se encontraba dos compartimentos más allá, sacudida por los movimientos zigzagueantes del tren. Llegó hasta el minúsculo excusado al que no le faltaba un espejo en el que mirarse la pequeña cicatriz que le cruzaba una parte de la mejilla izquierda.  
     El grifo en su continuo goteo, hilaba un discurso rítmico y monótono y cada átomo que se estrellaba contra el zinc del lavabo significa un segundo de más o de menos, según se mirase, hacia delante donde habitaba la esperanza, o de regreso a un tiempo indefinidamente clausurado. Berta ya no era una niña infausta eclipsada por su hermano menor sino una escritora de cierto éxito que vivía bajo un nombre falso y de una escritura sin rima. 
     Sabía lo que le ocurriría a los demás pero de sí misma ignoraba cómo enfrentarse a la soledad  y al vacío. Las cartas que  escribía a su amante imaginario cuando los latidos del sexo la empujaban a levantarse de madrugada de la cama, eran destruidas a la mañana siguiente, hechas jirones que convertía en minúsculas bolitas que después tiraba al retrete y bañaba con el agua de la cisterna.
     La luna parecía ofrecer mejores viandas a aquellos que creen en el poder de las estrellas.Tan lejana, tan hermosa, tan  llena de mentira, tan blanda en su apariencia distante. Su hermano era el sol, el centro del universo.Y entonces, se murió.De repente. No despertó aquella mañana de lluvia y de olor a manzana. Su mano  se  agarraba aún a la almohada como queriendo no caer en un mal sueño y el rostro blanco y pálido mostraba sus ojos azules semicerrados,sombreados por unas largas pestañas enlutadas y húmedas. 
     Luego, la noche infinita, el vacío como clausura del tiempo, el llanto, los gritos, el dolor de la madre, la tristeza del padre. La muerte súbita de su hermano menor no convirtió a Berta en el centro de los afectos de sí misma. No se sintió viva con su pérdida como sí consiguió estarlo con  su nacimiento. Samuel la hizo mortal con su presencia y la arrojó al absurdo con su inadmisible salida fuera del  tiempo.
 -Su billete, señora. –El cobrador del tren alargó la mano y marcó el tique que le ofrecía Berta. Aún no había anochecido pero la oscuridad bizqueaba en esa otredad en que se había ido convirtiendo la tarde. También su pensamiento parecía devenir en otro. Sus ojos inmensamente claros se cerraban con resistencia bajo el peso de los párpados, hinchados y brillantes. 
     Se frotó la mejilla y el tejido de la piel parecía más blando que de costumbre. La felicidad no era duradera, sólo existían ciertos momentos,  pedazos prestados de tiempo.
     Durante treinta años no había amado a nadie, no había sentido apego por ningún ser vivo, excepto por Samuel, el ser al que más había odiado en el mundo, pero su marcha la dejó sin motivos, liberándola de la desafección  hasta transformar la rabia en amor al hermano muerto.
      La oscuridad era total cuando  llegó a su destino. Las maletas aguardaban a un lado de la puerta de salida del vagón. Miró a su alrededor.  La claridad del interior contrastaba con la negritud del exterior del tren. Buscó la luna llena pero sólo encontró el techo fuliginoso de una vieja estación de provincias.



domingo, 28 de julio de 2019

Sodio es un libro de relatos cortos, inédito, que escribí en la primera década de 2000. Algunos de sus relatos fueron publicados en la revista Murray Magazine y otros son totalmente inéditos. Hoy he decidido compartirlos con vosotr@s, de modo que iré subiendo los relatos al blog durante este verano. Comienzo con La Traductora bilingüe.



LA TRADUCTORA BILINGÜE 

   Describir un paisaje no es vivirlo. Escribir sobre la luz que irradia desde un tejado cuya única urdimbre es una cota de malla repleta de minúsculos agujeros, es jugar con las palabras que horadan la realidad como el taladro del albañil saquea la piedra y la vence.
     A Ción le era difícil hablar. Ser bilingüe es un regalo de la vida, le había dicho su abuela en algún momento. Durante años había tenido que traducir cada palabra, rehacer las estructuras tan aparentemente fijas de su lengua, lo que le había restado naturalidad y creado dificultades para entablar conversación con los demás.
     Dominar varios idiomas,  acceder a otras con la facilidad con la que cualquiera podía enhebrar una aguja, habían sido un orgullo y al mismo tiempo, un lastre. Pero ya no era la niña australiana, hija de españoles, que soñaba con vivir algún día en el país de su padre. Ahora era una mujer dispuesta a hablar y con un curriculum en la carpeta. Lo que había sido un problema, de pronto se había vuelto una ventaja.
     La costumbre de la traducción, que le había impedido ser espontánea y condenado al silencio voluntario, se convirtió de pronto en la única oportunidad de cambio. 
     La academia Estoa se situaba en pleno centro de la ciudad, en una calle concurrida de bancos y de comercios. Su fachada, una puerta con una placa de metacrilato amarillento como único reclamo para un centro de estudios que ofrecía clases particulares de todas las asignaturas, para todos los niveles, en todos los meses del año.
     Una vez franqueada la entrada, el patio de luces invitaba a la experiencia de la perplejidad. Del antiguo abolengo del inmueble sólo quedaban los baldones de la pobreza. El suelo sobre el que  iba pisando mostraba dibujos geométricos dispuestos en cuadros resquebrajados y ennegrecidos, ocre, negro y blanco roto, junto al verde seco de la altísima palmera que se levantaba en medio del patio.
     Había comenzado a subir los escalones casi de puntillas y con una mano se aferraba a la barandilla mientras que con la otra se sujetaba el bolso que le colgaba del hombro.  Deshazte de lo innecesario, murmuraba para sí.
     Antes de llegar al último escalón, Ción Reina se había soltado la melena, guardado los pendientes en el bolsillo de la chaqueta y pasado la lengua por última vez (se prometió)  por los labios.
     La luz se había hecho más intensa, el suelo dejó de tener dibujos y se tornó grisáceo, como las paredes del pequeño despacho del que procedían las voces que la habían guiado hasta allí. La visión de un  hombre que le recordaba a un buey y su invisible olor a violencia contenida se mezclaban ahora con el no color de las paredes y del escaso mobiliario de la  habitación.
     Entonces se le disparó. El corazón le había comenzado a  latir con fuerza durante los tres o cuatro segundos que mediaron entre su intención de dar los buenos días y el buenos días que finalmente profirió. Los dos individuos que se hallaban dentro del cuchitril la miraron sin interés pero contestaron al saludo.
     ___Quisiera hablar con el director del centro, si es posible.
     ___No está  ___dijo el menos robusto de los dos hombres. ___¿Para qué lo quieres?
     ___Para entregarle un currículum.
     ___¿Y tiene que ser personalmente? Lo puedes dejar aquí.
     ___Prefiero dárselo en mano. ¿Sabe cuándo va a volver? ¿Tardará mucho?
     ___No tengo ni idea. A lo mejor, ni viene en todo el día.  
      Ción dejó el porta documento de plástico transparente sobre la mesa, volvió a mojarse los labios, esta vez para decir adiós, pero el hombre buey y el presunto secretario que la había atendido se hallaban ya inmersos en un nuevo diálogo que ella prefirió no interrumpir.
     Cruzó el pasillo de luz hacia las escaleras sin decir ni una palabra y comenzó a bajarlas con el mismo sigilo con el que subió. Cuando llegó abajó, reparó en algo que no había estado antes. Un perro negro, atado a la palmera con una cadena, la observaba en silencio.













miércoles, 17 de julio de 2019

Siete palabras


Dicen que toda está escrito, que el mar de la poesía está infestado de botes salvavidas y de botellas de oxígeno, pero cuando abro las ventanas, los aires destilan conjeturas  que ponen en duda un  paisaje agotado, transido de hastío, de trillado trigo, de versos que no son versos, de máscaras y de configuraciones que sestean a la sombra de vaguedades y lugares comunes. En el moscardón que vuela alrededor de mi sombrilla, o en la cuerda tercera de un concierto de alas batidas  de violines invernales, descubro la respuesta a la pregunta que cada día enlazo a mis intuiciones: si no hay dios qué hay sino esta tierra que me inunda y  ésta agua a la que me lanzo hecha de líneas atemporales concéntricas a un punto que puede ser tu risa, mi pecho, o el tiraje intercostal que me provoca tu mirada atenta. Mi palabra nace hablada, sus significantes pespuntean en mi lengua pugnando por parirse en el amanecer de una nueva idea y cosquillean el paladar cuando doblan sus raíces en significados que juegan  con la luna y con tus manos. En el lugar de los ojos de la inteligencia, allí donde las miro, absorta en la entelequia de sus cuerpos móviles, descubro nuevas verdades, océanos de signos transcritos en voces que como pájaros revolotean frenéticas alrededor de un cielo siempre nuevo. Yo no soy mundo, no soy pez,  soy ave plateada, bucanera sin barco, sol y sombra de mi propia luz, exploradora  de recuerdos que tiendan un puente entre el ayer y el mañana, para lanzar el cable que me lleve a mis flores, al bosque de mi niñez, a las calles, a la nieve sucia  de mis primeros gritos, de mis  primeros juegos, a las cuestas que llevan a más cuestas, al rubio de tu pelo liso, a la vejez de la anciana rosa. Siete palabras, cantadas, acariciadas, mecidas en la garganta para que surjan sanas, sedosas, siete razones para tejer mallas, coger lombrices y pescar atunes , saborear el vino bebido de tu boca, y seguir construyendo buques, surcar espacios infinitos   y  esperar que la metáfora transforme mis brazos en alas. Dicen.



jueves, 11 de julio de 2019

Algunas fotos de mi defensa de tesis




Resignificando la tuna. Una perspectiva feminista

https://issuu.com/legajosdetuna/docs/legajos_de_tuna._n__5/12
Editorial: Resignificando la Tuna. Una perspectiva Feminista

Hace tiempo el Director de la revista me pidió que escribiera sobre la tuna desde una perspectiva feminista, habida cuenta de los ataques que viene recibiendo desde ciertos sectores muy críticos con lo que lo que ésta representa. No voy a remontarme a sus orígenes, ni a tratar de clarificar el significado que tiene desde el punto de vista musical, cultural, social y económico. De lo que tra-taré es de aclarar, desde mi perspectiva como feminista, la relación entre tuna y feminismo, que lejos de ser “peligrosa”, puede ser altamente provechosa. Para ello intentaré resignificar a la tuna, dándole un significado alejado del sentido al uso que se tiene de ella y más próxima a lo que re-presenta en nuestros días.

La tuna no tiene buena prensa. Desde ciertos sectores de la sociedad, el tuno es sinónimo de pijo, referente de prácticas amorosos arcaicas y trasnochadas, propias de otro tiempo felizmente supe-rado por el progreso y la modernidad. Es visto como un machito que acosa a las mujeres, vestido con mallas y capa, muy identificado con la España franquista y, por tanto, representativo de va-lores caducos, conservadores y machistas. Su ronda es vista como exponente de un concepto de a-mor romántico que convierte a las mujeres en objetos amorosos y las relega a un papel secundario y desigual. Para muchos es algo casposo, masculinista, antiguo y ridículo. Pero la tuna no es un ente abstracto. La del siglo XIX formada únicamente por varones no es la del XXI. En el XIX, Concepción Arenal, asistía a clases de Derecho en la Universidad de Madrid disfrazada de hom-bre, y el número de mujeres matriculadas en la universidad española entre 1882 y 1910 era de 36. Hoy, a la universidad asiste cada cual vestido como quiere y el número de mujeres matriculadas ya supera al de los hombres. La tuna del presente se ha diversificado y deviene en prácticas moti-vadas por un cambio de mentalidad más acorde al contexto histórico y social en el que vivimos. Ahora las mujeres también son tunas, y salen a la calle tocando y cantando como ellos, pasando la pandereta, concursando en certámenes… ¿Se trata de imitación de los roles masculinos, copia de una práctica de un discurso heterocentrado que convierte a las femeninas en sucedáneos de sus homólogos varones? ¿Las tunas femeninas son machistas? ¿Son valedoras de una tradición que las convierte en costillas de Adán? ¿O por el contrario podemos hablar de tunas feministas en las que las mujeres defienden su derecho a tunar, rondar, cantar y apropiarse de los espacios calleje-ros, plazas y bares, a ser vistas y oídas y miradas como iguales y no como idénticas? Ahí quizá esté la clave de la transformación de una visión cargada de prejuicios y tópicos en otra donde se contemplen antiguas tradiciones adaptadas a los nuevos tiempos, donde la libertad de expresión, incluso en los costumbrismos musicales, sea no sólo un derecho, sino también un hecho. La tuna es una manifestación cultural de nuestro país, de Portugal y de países americanos. Las hay mixtas y segregadas, y con manera de ser propias de cada lugar. Es una forma musical y vital legítima como otra cualquiera y hay que defender, independientemente de que compartamos o no sus valo-res, su derecho a existir. Ser tuna o tuno es la libre expresión de una estética artística existencial, tan legítima como cualquier otra. Se puede ser tuno y feminista de la misma manera que se puede ser revolucionario y machista, aunque esto último, no se deba. Resignificar la tuna es, por tanto, verla desde los ojos del presente como una tradición musical que no fomenta ni el clasismo ni el machismo, sin dependencias económicas de instituciones y partidos políticos sino sufragada por los propios bolsillos de sus constituyentes, y que ha logrado sobrevivir a tanta importación musi-cal extranjera manteniéndose como parte de un patrimonio cultural propio, pero adaptada a las exigencias de una sociedad diversa y plural, en donde todas las formas culturales tengan cabida.


sábado, 6 de julio de 2019

El 1 de julio defendí mi tesis doctoral en la UCA.

El pasado lunes 1 de julio defendí mi tesis doctoral, dirigida por Francisco Vázquez García, en la Universidad de Cádiz. El título de mi trabajo es "La recepción de Judith Butler en el feminismo filosófico español". El tribunal estuvo constituído por Cocha Roldán Panadero (Presidenta), Jesús González Fisac (Secretario) y Mª José Guerra Palmero (Vocal). La calificación fue de Sobresaliente CUM LAUDE. Dejo el siguiente enlace para que podáis acceder a la información de una manera más completa. Después de duros años de trabajo, de compaginar mis estudios de doctorado y mi investigación con la docencia en diversos institutos de Cádiz y de Sevilla, he logrado terminar con éxito mi tesis y completar un ciclo muy importante y especial para mi. Mis agradecimientos a todas las personas que me quieren y que me han acompañado durante este trayecto.

http://filosofiacadiz.blogspot.com/2019/07/1-de-julio-defensa-de-la-tesis-doctoral.html?m=1

Y sin embargo, se mueve.

 Después de un tiempo de inactividad, vuelvo a poner a punto mi blog. 14 de abril de 2023. Primavera. Todo florece. Las actividades se multi...