domingo, 3 de septiembre de 2017



http://www.murraymag.com/actualidad/moira-campo-refugiados-lebos/Por María Ascensión Marcelino Díaz EL

Moira

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Moira
Una madre afgana llega con su hija en brazos a Lesbos, donde se ubica el campo de Moria. (ACNUR / A. Mc Connell ©)
Las buenas ideas se me ocurren de noche, recién acostada, mientras ordeno la agenda y repaso el día vivido, el anterior, y el  que me queda por vivir, con la seguridad de despertarme a la hora en que pongo el reloj del móvil.  ¿Y si no me despertara? ¿Y si me quedara para siempre atrapada en el sueño en el que sueño que me despierto cada día y que soy otra persona a la que llamo yo, con otro rostro, o con el mismo, pero en otra ciudad, en otro país, por ejemplo El Congo,  México o Irak?
Podría ser que lo que yo llamo realidad,  sea un sueño, o tal vez, que lo que sueño, sea  verdad y que esto que hago ahora mismo, sea el coma de otra mujer. Siendo franca, estos pensamientos, nunca se me han ocurrido  mientras doy  vueltas en la cama tratando de dormirme pronto sino más bien sentada en el retrete, y durante un minuto o dos, lo que dura mi visita al baño, me da por pensar que quizá en otra dimensión yo sea una anciana que no recuerda nada, que lo ha olvidado todo menos las manos de su madre arropándola en la cama, o la de su padre, mientras paseaba por el bosque o de camino a la estación en espera de un tren. Mientras recuerda su pasado lo ignora todo de su presente, el color de su vestido, el dulzor de la batata, el sonido de la voz del hijo, el olor de la almohada, de la lluvia, de la vida.
No voy fundamentar nada de lo que pienso citando a Calderón de la Barca, a Descartes o a Aristocles. Esto no es un estudio de la mente, ni un escrito divulgativo acerca de experiencias paranormales. Sé que estoy aquí, tecleando un miércoles por la tarde,  con un silencio relativo a mi alrededor, alterado de vez en cuando por el chirrido de una puerta lejana, la voz de una niña o el batir de alas de los mirlos que emprenden el vuelo hacia otros lugares a los que les empuja el viento y el aire.
Estoy sola en un mundo habitado por almas que nunca llegarán tal vez a plantearse estas preguntas porque el agua que beben está a kilómetros de distancia, o la comida es escasa y la única preocupación de cada día consiste en sobrevivir al hambre, a la guerra, o a la violencia que las encierra y las somete a la injusticia y al terror. A lo lejos suena la misma trompeta de siempre, desafinada y persistente ensayando tal vez una marcha triunfal y también el rumor que levantan las calles infestadas de gente que pasea con cámaras y mochilas impregnando su cerebro de imágenes que han de olvidar al cabo de los meses.
Esto es lo que yo imagino, sentada aún en la penumbra de mi habitación, cómoda, sin el temor de que una bomba caiga sobre mi techo y me convierta en polvo.  Sin la tristeza de tener que abandonar mi casa y huir con los míos a otra tierra, a otro continente, a empezar de nuevo en casas de acogida, o en pisos de refugiados. Sin ese miedo que no es el mío porque no huyo de la guerra, ni de la violencia cotidiana de, pongamos por caso, Ciudad Juárez, ni me encierran en un burka ni me han casado contra mi voluntad.
Mis temblores son otros, los que emanan de la sociedad en la que vivo, atrapada en sus propias miserias, con sus pérdidas continuas, su falta de libertades, su violencia constante, sus embustes, su insolidaridad y su creciente embrutecimiento ante el dolor de los demás. Me siento perpleja ante lo que ocurre a mi alrededor, cansada de tanto discurso, de tanta palabra huera, de tanta manipulación. Se vende por cierto lo que no son más que mentiras, se educa para la compra, para la competitividad, para la nueva esclavitud, para el no ser. El otoño se muestra bajo la forma de una bata de flores, las campanas de la iglesia se oyen amortiguadas por el cristal de una ventana cerrada.
Hace un poco de frío y en el campo de refugiados de Moira, en la isla de Lesbos, la misma  en la que habitó la poetisa Safo, mujeres y hombres tal vez  sueñen que viven en España,  en un hermoso pueblo pintado de blanco, cuyo cielo siempre es limpio y transparente y que sus hijas algún día serán mujeres libres que escribirán al atardecer, mientras las aves emprenden su largo viaje impulsados por vientos más cálidos.
Moira
Asia es una niña siria refugiada de cuatro años. (ACNUR / D. Kashavelov ©)


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Conociendo a Judith Butler

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Judith Butler es, junto a Nancy Fraser y Seyla Benhabib, una de las filósofas estadounidenses más importantes de la actualidad.  En la década de los años 80 comienza a extenderse su producción teórica y a conocerse  internacionalmente.  Al comienzo de la siguiente —en 1990—  publica ‘Gender Trouble. Feminism and the Subversión of Identity’, traducido en España como ‘El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad’.
Reconocida activista, Butler lucha por los derechos de las minorías sexuales y étnicas. Rechaza las guerras, como las de Afganistán e Irak, y denuncia la política israelí en relación a la ocupación de Palestina, lo que le ha granjeado numerosos problemas y críticas, principalmente en Estados Unidos y en Alemania. En  algunos círculos es considerada una heroína y un estandarte de movimientos que han encontrado en ella su voz. Levanta pasiones con la misma intensidad que levanta rechazo, críticas, incluso odios. Su influencia abarca desde la teoría y el activismo feminista y queer hasta los estudios de género, la teoría poscolonial, la sociología, los estudios culturales y visuales (arte y cine), el análisis literario, el derecho, el psicoanálisis, la filosofía política y la teología.
Judith Butler es una pensadora y una activista, lo que significa que no se parapeta en su  despacho universitario sino que sale a la calle y grita contra el sistema, exige visibilidad para todas aquellas personas cuyas vidas están en situación precaria, y pide argumentaciones y no falacias. En definitiva, Butler defiende el derecho de las minorías a ser vistas, a ser lloradas, y a ejercer el derecho al pensamiento y a la libertad de obra y de expresión, exigencias que a más de una han llevado al paredón, a la guillotina o a la cicuta.   
Sus tomas de posición en  el campo del género y en los  ámbitos sexuales progresistas han sido de tal magnitud que han llegado a originar nuevas concepciones del feminismo, fundamentalmente debido a las polémicas y debates surgidos desde los movimientos LGBT y Queer. No es una pensadora convencional, y nada de lo que dice deja indiferente a nadie porque la fuerza de sus argumentos y el carisma de su persona, unidos a su coherencia a la hora de enlazar lo que hace con lo que dice y piensa, la convierten en una de las pensadoras más controvertida, interesante y lúcida del siglo XXI.
Butler es, por tanto, figura señera y se ha convertido en un icono, una moda, una tendencia o todo  a la vez. Su impacto en el feminismo a través de sus investigaciones, análisis,  discursos  y trabajos, han cambiado el curso del mismo,  de tal forma que hoy en día hablamos, con palabras de Elvira Burgos, de un «nuevo feminismo». Judith Butler es innovadora, es diferente, y su manera de reivindicar, de trabajar y de escribir sobre el género y el sexo, contrasta con el de otras pensadoras y activistas del momento, sin olvidar la enorme atracción  que ejerce sobre las minorías sexuales. Ella habla de la ambigüedad del género y esa ambigüedad  se  refleja en  su físico, vestida de  negro, cabello  cortado  a  lo garçon, andares masculinos que contrastan con un estereotipo convertido al cabo del tiempo, según ella misma señala, en una segunda naturaleza. Aquí hay que mencionar su manera pausada y tranquila de hablar, una sonrisa perenne en el rostro, expresión lúcida, humilde y cercana de una persona de enorme talla intelectual y moral.
Judith Butler, nacida en Cleveland (Ohio) en 1956 y de familia judía  comprometida social y políticamente y muy ligada a la industria del cine, cuenta en un documental de Paule  Zadjermann, ‘Judith Butler. Filósofa en todo Género’,  cómo,  desde pequeña, en la escuela, utilizaba ciertas estrategias para lograr sus fines y cómo su familia se conformaba a algunas normas de género transmitidas por las películas de Hollywood en su afán de asimilarse a la sociedad norteamericana. De tal manera que su madre se transformaba en Joan Crawford y su abuelo en una mezcla de Clark Gable y Omar Shariff.
Lo que Judith Butler refleja y defiende, a mi juicio,  por encima de cualquier cosa, es la libertad que todo ser humano tiene o debería tener para vivir su vida sin imperativos de ninguna clase, sin ser interrogado, ni justificar sus preferencias ni dar cuenta de ellas. Afirma la sexualidad libre, sin constricciones, sin encasillamientos, sin juicios morales, sin injerencias estatales ni sociales. ‘El género en disputa’ o ‘Cuerpos que importan’ reflejan las preocupaciones e intereses de gays, lesbianas y  transexuales, que también forman parte de la sociedad y parecen no existir más que en los márgenes de los discursos, en los afluentes de las corrientes principales que los excluyen y categorizan como lo abyecto, lo “otro” del universal que es el hombre y la mujer con mayúsculas. Una parte del éxito de Butler se debe a que sabe plantear preguntas e intentar responderlas teniendo en cuenta el amplio espectro que conforma  la realidad. Por tanto, no ha de extrañarnos su éxito tanto dentro como fuera de los círculos académicos, primero en Estados Unidos después en Europa, especialmente en España y Alemania.   
Fotografía: Andrew Rusk ©

Y sin embargo, se mueve.

 Después de un tiempo de inactividad, vuelvo a poner a punto mi blog. 14 de abril de 2023. Primavera. Todo florece. Las actividades se multi...